Artículo: El regreso de un sueño apagado

Dicen que la vida da muchas vueltas, que el camino que un día empezamos no era el correcto, que puede que ni siquiera fuera buena idea pensarlo y que, quizás, nunca lo lleguemos a terminar. No soy el único al que le pasa esto. Son muchas las historias que me cuentan las dos o tres personas nuevas que conozco cada semana. Por eso me gusta tanto mi trabajo...

Una vez se me presentó un hombre muy singular. Se enorgullecía de que antaño tenía tres empresas, se paseaba en un Q5 y ganaba tanto que se había comprado tres casas; una en Marbella, otra en Los Ángeles y la última en Alicante, la ciudad donde se instaló definitivamente. Le pregunté que por qué en Alicante, pues muchos habrían querido quedarse en la cuna de Picasso y Banderas, o incluso en la que habría estado rodeado de playas llenas de famosos de Hollywood. Me respondió que no le habían dado otra alternativa. La vida le había dado tantas vueltas que sus empresas terminaron mareadas, en la absoluta quiebra, y a él le habían quitado el coche, las casas y casi todo eso que usaba para alardear.

Imaginadlo por unos instantes; un día eres un empresario millonario montado en un Audi y al día siguiente estás lavando coches en un parking del aeropuerto de Alicante. Parece una broma, una de esas caídas infantiles de las que no te quieres levantar porque sabes que, si lo haces, arriba te esperan miles de risas apuntándote con el dedo. Así es la vida; tan cruel y desgraciada, tanto para los que lo tenían todo como para los que nunca han tenido nada.

Mi vida no ha sido muy diferente de la de aquel hombre. Si bien nunca he tenido tres empresas, ni un Audi, ni una ex-mujer que se quedase con mi casa en Los Ángeles, también me ha tocado tragar episodios que estoy seguro de que muy pocos han tenido la mala suerte de vivir. Sin embargo, eso nunca fue una excusa para dejar de seguir mis sueños. Creo que eso es lo más importante; los sueños.

La gente tiene sueños diferentes. Unos sueñan con comprarse una casa en la playa, otros con comprarse un Seat León TDI rojo y otros, como yo, pensamos en cosas menos materiales pero no menos gratificantes. Cuando somos jóvenes, los sueños lo son todo. Son las manos y los hilos que mueven casi todas nuestras decisiones. Casi todo lo que somos y tenemos en la vida se debe a los sueños que un día comenzamos a perseguir. Una de las cosas que he aprendido en mi trabajo es que si un hombre tiene un coche rojo es porque un día soñó con comprarse un coche rojo, aun teniendo para elegir veinte colores distintos. Supongo que en eso radica la diferencia entre perseguir los sueños y dejarse llevar por la suerte como esa hoja que se pierde empujada por el viento.

Yo, como todos, también empecé a perseguir mis sueños desde muy joven. Cuando era pequeño, siempre le decía a mis padres que quería ser mecánico. Fue a partir del día en que visité un taller por primera vez. Me enamoré tanto del grasiento mono azul que llevaban puesto los trabajadores allí que no me podía quitar la idea de la cabeza de que algún día yo también podría llevar uno igual. En el fondo no sabía lo que hacía exactamente un mecánico.

Más tarde, me di cuenta de que lo que en realidad quería era ser actor. Me maravillaba la idea de poder salir en la tele, con un mono azul o con un traje de superhéroe. Lo mismo era. Eran tantas las películas fantásticas que veía que imaginaba algún día poder protagonizar alguna. Por ironía de la vida todavía hoy estoy protagonizando, sin saberlo, la película más fantástica jamás contada.

Pasaron los años, llegué a la pubertad, y la mayoría de mis sueños habían sido arrinconados para dejar paso a otros. La trama de mi vida había dado un punto de giro. En mi cabeza sólo oía melodías; bajo la punta de mis dedos sonaban teclas y en mis ojos se reflejaban cientos de notas impresas sobre papel pautado. Fueron nueve años de conservatorio llenos de armonía y conciertos. Estaba llevando a cabo el embriagador sueño de ser músico.

Cuando terminé la Selectividad, retomé mi sueño inicial; el cine. Debido que no había dedicado mi juventud al arte dramático; mis opciones se habían reducido. Ya no podía ser actor, el protagonista, pero podía ser algo mejor; el que dirigía los movimientos del protagonista. Es por ello que decidí empezar la carrera de Comunicación Audiovisual en la ciudad de los sueños; la Ciudad de la Luz en Alicante.

Todavía recuerdo mi primer año de universidad. Supongo que es algo que nos pasa a casi todos. Los nervios del primer día de clase, el cosquilleo del primer amor y esa adrenalina que sentimos en el pecho cuando creemos que vamos por el buen camino. Sin poder hacer nada para evitarlo, los sueños me habían llevado hasta las puertas de un gran edificio de chapa brillante y acristalada.

Dentro, a mano izquierda, nos recibía el sonriente Bartolomé y la jefa de estudios, Raquel. A la derecha, una puerta de cristal daba la entrada a una gran cantina en la que algunos días encontrábamos algún actor español famoso que iba a dar una clase maestra a los de último curso. Todavía hoy lo pienso y me pone los pelos de punta. Era emocionante estar estudiando en el lugar donde habían ido a rodar Gérard Depardieu, Viggo Mortensen y hasta Tom Holland.

Mi clase era de lo más variopinta. Me encontraba rodeado de frikis de todo tipo; fotógrafos, especialistas, cineastas, actores... Al fin y al cabo, todos habíamos coincidido allí para una cosa; estudiar cine. Mi grupo de trabajo estaba conformado por cinco chicos. César, el fotógrafo mexicano, Nacho, el fiel seguidor de Tarantino, Guillem, el amante del cine porno, Álvaro, el periodista, y yo, Enrique. Aún conservo los vídeos que nos gastábamos para las prácticas; que si un spot publicitario, que si un videoclip... Era un sueño que se estaba haciendo realidad, desgraciadamente, por poco tiempo.

La Ciudad de la Luz se mantenía con un pie al borde de un precipicio. Todos nosotros, pobres estudiantes de primer año de carrera, nos alarmamos con las noticias. Decían que los estudios de cine tenían los días contados y que, después de ellos, también caería el centro de estudios. Raquel nos lo negaba, los profesores también... Hasta que no se pudo esconder más. Yo salí antes de pasar al segundo año, decidí irme a estudiar periodismo para algún día poder contar esta historia. El resto de mis compañeros duraron un poco más hasta que, un día, sin previo aviso, los trasladaron a otra universidad lejos de los trípodes, las cámaras y las pantallas verdes.

El destino de la Ciudad de la Luz flotaba en un mar de incertidumbre y desesperanza. Los platos de cine en los que en una época acogieron los rodajes de "Lo imposible" y "Astérix y Obélix" pasaron a subasta dos veces para luego convertirse en unas oficinas. Más tarde, durante la pandemia, se acondicionó como vacunódromo, y recientemente, debido a la guerra, en el hogar de refugiados ucranianos. Tantos usos en tan poco tiempo... Esto demuestra que la vida da muchas vueltas, razón por la cual me atrevo a decir que la mayoría de veces, nos guste o no, todos los sueños no se pueden cumplir.

No vivimos tiempos para soñar libremente. Con los años he aprendido que los sueños, como las bombillas, hay que renovarlos cada cierto tiempo. Una bombilla no es capaz de mantener su brillo más de dos años sin fundirse. Con los sueños ocurre lo mismo, no importa a qué edad leas esto. Los sueños no son eternos, sino que también pierden fuerza. Su luz se debilita, se apaga, muchas veces, hasta el punto de extinguirse para siempre.

De nosotros depende que su luz siga brillando. Del mismo modo que cambiamos una bombilla cuando ésta se funde, podemos renovar un sueño o cambiarlo por otro que nos parezca mejor y más brillante. Eso no quiere decir que no podamos desechar un sueño inalcanzable, pues las personas no sobrevivimos con tan solo un sueño en nuestra vida. Tenemos un cajón lleno de ellos, unas veces hasta un armario, y otras tantos que no sabemos ni dónde guardarlos. El dilema viene cuando se te presenta un sueño que creías casi apagado...

Próximamente, la Ciudad de la Luz va a reabrir su actividad como complejo audiovisual, es decir, como estudios de cine. Por fin, tras una década, los platos de cine pueden retomar los rodajes de películas. Para un desgraciado como yo, que no consiguió terminar la carrera de cine, pensaréis que se siente como una patada en la boca, y aunque puede que tengáis razón, debo decir que me siento bastante aliviado.

La Ciudad de la Luz se construyó, entre otras cosas, para algo muy importante a mi parecer; ayudar a la gente a perseguir sus sueños. Yo fui uno de esos jóvenes que iban buscando ese sueño hollywoodense. Ya rondo la treintena y, a pesar de que las adversidades me obligaron a tomar otro camino, me tranquiliza saber que otros jóvenes churumbeles no pasarán por lo mismo que yo, pues no hay nada más triste que dejar que un sueño se funda para siempre.

No estoy disgustado con lo que soy ni con lo que pueda llegar a ser en el futuro. Soy de los que piensan que no hay que dejar que los sueños se extingan. Como ya he dicho, basta con renovarlos para que su brillo no se pierda; una bombilla diferente pero con el mismo esplendor. Nunca se sabe... Un día puedes estar lavando coches y al siguiente escribiendo guiones para la gran pantalla. Ahora digo que la vida da muchas vueltas, pero la frase era diferente en mis tiempos de estudiante. Siempre decía que la vida es como una película, y vaya si tenía razón. Realmente, la vida es como una película, de cada uno depende ser el protagonista o sólo un extra más.