Dicen que celebramos el Día del Libro en honor a la literatura, a los literatos y a un cúmulo de circunstancias que sostienen una débil pero hermosa casualidad. Como en la descripción de mi blog pone que también hablo de libros, pues vamos a hablar de libros.
En mi casa tengo una caja con casi doscientos libros. En realidad no es más que un viejo armario con un par de lejas mal niveladas. De aquí a unos años espero comprarme una buena estantería que me permita engrosar mi colección. Entonces me tomaría más en serio la gestión de mi querida caja. En palabras del bibliotecario Manuel Carrión (1987): “una biblioteca es una colección de libros debidamente ordenados para su uso”.
Adquirir nuevos ejemplares es uno de mis pasatiempos preferidos. Rara vez compro un libro nuevo. Cuando encuentro un rato y algunos ahorros, vago de rastro en rastro y de kiosco en kiosco rescatando los libros viejos que ya nadie quiere.
Soy bibliófilo, pero no como aquel romano que acumulaba libros en su casa para aparentar sabiduría. A mí me gusta perder el tiempo leyéndolos. He adquirido ediciones muy viejas, de esas con las hojas amarillentas y olor a ancianidad. En general, me gustan las cosas viejas. Las que duran décadas y, si puede ser, hasta un siglo. Esas cosas son las buenas, porque es indiscutible que hoy todo se fabrica para tirarlo a la basura a los dos días.
Los libros quizás hayan sido los objetos más maltratados por la historia, después de los monumentos y los contenedores de basura. El polvo, el desgaste, la humedad y el curioso pececillo de plata suelen ser los principales “bibliocidas” de nuestro tiempo. Hubo tiempos en los que estaba mal visto tener en casa determinados manuscritos, e iban detrás de sus dueños con antorchas. Y tampoco hace falta remontarse al medievo.
Hoy mismo se dan situaciones demasiado lamentables, cual quema de libros en el Berlín del 33. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos cuentan que durante el franquismo se expurgó La Celestina de todas las bibliotecas españolas, pero lo cierto es que en los últimos años algunas librerías y bibliotecas han retirado cuentos infantiles por considerarlos “tóxicos” y otros libros simplemente por haber sido escritos por hombres. Ni siquiera los "malvados" que gestionaban las bibliotecas monásticas habrían sido capaces de tanto.
La estupidez humana es inevitable, es algo contra lo que no se puede luchar. Sólo podemos dejar que la historia siga fluyendo con sus incomprensibles caprichos. Sin embargo, lo que no puedo tolerar es la fabricación indiscriminada de los libros de usar y tirar. Últimamente se está popularizando la absurda tendencia de fabricar libros desde cero con tan bajísima calidad que a la fuerza deben incorporar una fecha de caducidad. La cosa es para tirarse de los pelos.
Cada año se desperdician toneladas de papel para imprimir libros innecesarios. Y no estoy hablando de los manuales de instrucciones de los teléfonos móviles, esos que nadie lee pero que, al fin y al cabo, tienen su utilidad. Hablo de cuando se utiliza la literatura como una mera herramienta de marketing. Por ejemplo, cuando un youtuber o un influencer saca su libro en papel de primera calidad, con tapa dura y efecto mate. Y muchas veces no lo hacen para contar su vida, que ya me parece demasiado. Se trata de una tediosa recopilación de frases motivadoras del nivel “carpe diem” o “sé tu propio jefe” en letra Comic Sans 26, en un intento por aparentar una formación intelectual que ni ellos mismos se creen. Yo ya me he leído un par; totalmente infumables. Antes de empezar otro, prefiero leerme las instrucciones del teléfono.
“Debe ser inmortal la memoria de aquellos padres que se deleitaban solamente con el tesoro de la sabiduría.”Ricardo de Bury (Filobiblon, cap. 5)
Y es que, aunque leer libros en papel no está pasado de moda y la celulosa del eucalipto puede ser reciclada varias veces, hoy en día contamos con alternativas más baratas y respetuosas con el medio ambiente para publicar nuestros libros: una plataforma en línea, un audiolibro o un maldito archivo de Word. Pero eso parece que los youtubers, influencers, tiktokers y demás calaña de la red no lo saben. Como muchas otras cosas. Y publican miles de libros. En papel.